1º2 Y 1º4 Liceo 21 Deber importante Nº 3
Fecha de entrega viernes 9 de setiembre.
Tema: la crisis del siglo III
Tarea: Luego de leer este texto, escrito por el historiador ruso Mijail Rostovtzeff (1870-1952) debes planear un reportaje al autor. El no podrá contestarte, pero imaginaremos que lo que está escrito es la respuesta a tu pregunta. Obviamente no podrás plantearle ninguna pregunta que no pudiera contestar con este texto.
La calificación del escrito depende del número de preguntas, y de lo interesantes que sean.
He aquí algunos ejemplos de preguntas y respuestas:
Pregunta: Quisiéramos saber por qué los emperadores tuvieron que aumentar los impuestos durante el siglo III
Respuesta: Ya he dicho antes que el sistema tributario [los impuestos] no era especialmente gravoso, ni siquiera para los provinciales. Pero los gastos del Estado aumentaban: había más soldados y su paga era mayor, el número de funcionarios crecía. El Estado no tuvo otra solución que elevar los impuestos. Tanto el gobierno central como las ciudades obtenían sus principales ingresos de los impuestos que pagaban los labradores y ganaderos, y el aumento de esos impuestos no fue acompañado de un mejoramiento de los métodos agrícolas. Por consiguiente, la carga se hizo cada vez más pesada para los propietarios de tierras o para los que trabajaban la tierra con sus propias manos, los pequeños propietarios y los arrendatarios de los grandes fundos. El campo sufrió más que la ciudad por el aumento de los impuestos.
Esta pregunta es una pregunta interesante, y llevaría muchos puntos.
Pregunta: ¿Cómo se llamaban los emperadores del siglo III?
Respuesta: Algunos de ellos fueron Septimio Severo, Caracalla, Heliogábalo y Alejandro Severo.
Esta pregunta vale mucho menos que la anterior, aunque es posible presentar preguntas de este tipo en el reportaje.
Como habrás notado, en este trabajo lo importante es entender el texto y formular preguntas que se respondan copiando, si copiando textualmente de la fotocopia o de la pantalla... Lo que valoraré será la correspondencia entre la pregunta y la respuesta.
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El emperador Cómodo reinó del 180 al 192 d. C. […] Descuidó los asuntos militares y administrativos; fundó todo su poder en la guardia pretoriana y apenas tuvo contacto con los ejércitos provinciales. […] Concluyó un tratado de paz con los germanos, considerada por las clases superiores del Imperio como una traición y una vergüenza. El Emperador respondió con medidas violentas: algunos senadores fueron ajusticiados y se les confiscaron los bienes. Esa violencia condujo a una intriga palaciega que costó la vida al Emperador. […]
Los efectos de la política del emperador Septimio Severo fueron visibles durante su reinado y todavía más después de su muerte. Incluso en sus manos, el ejército no era, en modo alguno, instrumento obediente. Los soldados iban perdiendo cada vez más el gusto por la guerra y tenían poco interés en su profesión, de modo que, a pesar de su propia capacidad militar, Severo fue incapaz de infligir derrotas decisivas a los partos o de completar el sometimiento de Britania, donde él murió en el 211, en medio de una prolongada contienda contra los montañeses de Escocia. Su heredero Caracalla se deshizo de inmediato de su hermano, copartícipe del trono, pero también él perdió la vida en cuanto intentó utilizar al ejército para luchar de nuevo con los partos en la frontera del sudeste. El año de su muerte fue el 216.
El reinado de los sirios parientes de Severo fue el comienzo de uno de los capítulos más tristes de la historia del Imperio. Elagábal o Heliogábalo, como lo denominaron los romanos, era un religioso fanático que introdujo en Roma los modales y costumbres de su teocracia siria. Muchos de sus soldados eran también devotos de los cultos orientales y sus procederes no ultrajaban a sus creencias religiosas, pero, en Roma, esas innovaciones solo encontraron repugnancia y horror.
Su sucesor, Alejandro Severo, no podía controlar al ejército. Apenas pudo rechazar el peligro en Oriente cuando la dinastía sasánida de los reyes persas, después de terminar con la dinastía parta de los Arsácidas, invadió las provincias romanas. Pero una campaña contra los germanos, en la frontera del Rin, costó la vida al Emperador; sus propios soldados lo asesinaron el año 235.
Su muerte fue seguida por un colapso total. El Imperio se convirtió en instrumento de los soldados. Los diferentes ejércitos, uno tras otro, proclamaban emperadores a sus comandantes, los deponían por las más insignificantes quejas contra su severidad o flaqueza y utilizaban su propia fuerza para saquear sin merced las pacíficas y prósperas ciudades del Imperio. Entre los años 235 y 285 hubo veintiséis emperadores y solo uno de ellos murió de muerte natural. La mayoría eran hombres que tenían un verdadero deseo de servir al Estado, buenos soldados y buenos generales que procuraban defender al Imperio contra los enemigos extranjeros. Pero siempre tropezaban con el obstáculo los amotinados de un ejército y se veían obligados a defenderse contra rivales a quienes los soldados obligaban, con frecuencia, por medios violentos a competir por el trono.
La prosperidad económica del Estado se vio también afectada por los desastres que comenzaron a fin del Alto Imperio. Ya he dicho antes que el sistema tributario [los impuestos] no era especialmente gravoso, ni siquiera para los provinciales. Pero los gastos del Estado aumentaban: había más soldados y su paga era mayor, el número de funcionarios crecía. El Estado no tuvo otra solución que elevar los impuestos. Tanto el gobierno central como las ciudades obtenían sus principales ingresos de los impuestos que pagaban los labradores y ganaderos, y el aumento de esos impuestos no fue acompañado de un mejoramiento de los métodos agrícolas. Por consiguiente, la carga se hizo cada vez más pesada para los propietarios de tierras o para los que trabajaban la tierra con sus propias manos, los pequeños propietarios y los arrendatarios de los grandes fundos. El campo sufrió más que la ciudad por el aumento de los impuestos.
Durante el desdichado período del siglo III, todos los síntomas mencionados se agravaron a un ritmo terrible. El ejército y sus dirigentes se hicieron dueños del Imperio. Conscientes de su propia fuerza, los soldados trataban de explotarla al máximo. Esperaban de los títeres que colocaban en el trono una paga mayor, grandes dádivas y permiso para saquear impunemente a sus conciudadanos, en especial, a las ciudades ricas por las que los soldados, de extracción campesina, sentían envidia y odio. El ejército aspiraba también a la abolición de los privilegios de que gozaban las clases superiores. Pedían que todos los soldados tuvieran libre acceso a los puestos superiores, tanto militares como civiles.
Los emperadores nombrados por el ejército precisaban dinero más que otra cosa para triunfar en los conflictos políticos. El único medio de conseguirlo era aumentar los impuestos, en especial los que pagaban los propietarios de tierras. Provisiones, armas y medios de transporte eran indispensables en las constantes guerras y movimientos de tropas. Si no había dinero, todas esas cosas había que tomarlas por la fuerza de la población. Los impuestos se elevaron constantemente en el siglo III; las requisas extraordinarias para las necesidades del ejército se convirtieron en costumbre. Las demandas de los emperadores y de sus tropas no se hacían directamente a los contribuyentes, sino a los organismos que siempre se habían encargado de la recaudación de los impuestos y que eran responsables ante el Estado por el pago completo. Las mismas entidades eran responsables por la percepción completa de todos los tributos en especie que imponía el Estado además de los impuestos y, cuando se exigía trabajo forzoso, tenían el deber de proveerlo.
Al mismo tiempo, las exigencias suplementarias del Estado, que las mismas entidades debían satisfacer, presionaban cada vez más duramente sobre el pueblo. El Estado elevó sus demandas de un modo excesivo; el comercio estaba ahogado por las constantes guerras y las invasiones bárbaras; la industria se paralizaba; los ejércitos de los rivales que pretendían el trono saqueaban todas las ciudades y aldeas por las que pasaban. Los emperadores y su ejército necesitaban dinero, grano, pieles, metal, bestias de carga y, para obtenerlos, hacían continuas requisas en las ciudades. Estas últimas traspasaban la carga al campo, en donde caían sobre los hombros de los arrendatarios y los pequeños propietarios. Tales transacciones aumentaban la enemistad entre la ciudad y el campo.
Como coronamiento de todas esas calamidades, los emperadores, que necesitaban dinero, emitían una enorme cantidad de moneda. Al no poseer bastantes metales preciosos para esas emisiones, alearon oro con plata, plata con cobre y cobre con plomo; así rebajaron el valor de la moneda y terminaron por arruinar a hombres que habían sido ricos. Esa medida cortó de raíz la vida de la industria y el comercio. En el siglo III, la casa de la moneda del Estado se convirtió en una fábrica de moneda de baja ley. El gobierno usaba esta moneda baja de ley para pagar a los acreedores, pero se negaba a recibirla de los contribuyentes.
No es pues de extrañar que tales condiciones trajeran consigo una crisis económica y social de suma gravedad. La población civil buscaba una salida a sus tribulaciones apoyando a uno u a otro de los aspirantes al trono, con la esperanza de que pusiera fin a esa confusión y estableciera el orden sobre bases sólidas. Pero el ejército, ávido de dinero y de saqueos, derrocaba a un emperador tras otro y empeoraba la situación. Es preciso recordar que el ejército se componía, por aquel entonces, de pequeños campesinos y esta clase, que sufría más que las otras la crisis financiera, achacaba sus desventuras a los funcionarios y a la aristocracia de las ciudades, sin ver otra esperanza de salvación que el poder del Emperador. Cuando se desilusionaban de un emperador, proclamaban otro; pero nunca flaqueó su creencia en la buena voluntad y la omnisciencia del gobernante.
A medida que se agudizaba la crisis social y financiera, cambiaban las instituciones básicas del Imperio. Simultáneamente, desaparecieron la idea del principado ejercido por el Primer Ciudadano y la privilegiada posición de los ciudadanos romanos. El Emperador se convirtió en un déspota militar que se apoyaba únicamente en el ejército. El Estado era gobernado por un enjambre burocrático de funcionarios imperiales, graduados en la escuela del ejército; entre ellos se incluía la policía secreta, que desempeñó un papel destacado al infundir terror a los súbditos. Desaparecieron los últimos signos de libertad civil: se estaba en pleno reino de la expoliación y de la violencia arbitraria e incluso los mejores emperadores eran impotentes para luchar contra ese estado de cosas.
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